Teatro de Género

Una de las encarnaciones de la libertad lleva el nombre de igualdad. Tanto libertad como igualdad son los temas subyacentes de La Sal de la Vida, las corrientes que fluyen a presión por debajo de la superficie de la acción de la obra. A menudo se dice que no se echa en falta algo hasta que se pierde. El público de La Sal de la Vida sabe que estamos hablando tanto de igualdad como de libertad porque, a medida que la obra transcurre, en un tono cómico y melancólico a la vez, se va dando cuenta de que nuestra experiencia cotidiana viene muchas veces impuesta por la tradición o las costumbres, que la naturalizan, le dan licencia de “normalidad”. Esto implica diferencias que poco a poco, y casi sin que nos demos cuenta, van minando nuestra libertad, nuestra gama de opciones en la vida.

Es una obra que gusta sobretodo a las mujeres, que ven reflejados en ella episodios y parte de sus vidas con una puesta en escena que incita a pensar sobre algunas historias de la cotidianeidad. Más que para conmover, La Sal de la Vida es una obra hecha para incitar a cuestionar lo que se esconde detrás de la aparente realidad; para ello se ofrece un tratamiento respetuoso a la vez que irreverente de las relaciones de convivencia con las que muchas mujeres se sienten reconocidas. Y sí, toca las emociones, ¿cómo hablar de nuestras experiencias cotidianas sin hacerlo también de las emociones, y emocionando también? Quizá sea por esto que una gran parte de las mujeres que han visto esta obra se hayan sentido identificadas con parte de la historia que muestra La Sal de la Vida.

Sin caer en los tópicos que rodean a las relaciones de género, La Sal de la Vida desgrana los diferentes conflictos de la cotidianeidad: la falta de comunicación, el aislamiento y la soledad que viven muchas mujeres para quienes el cuidado y atención a las otra personas de su entorno familiar ocupa su razón de ser, la práctica de construir realidades ficticias que permitan la evasión, la violencia que hacia ellas se dirige desde la presión social de los medios de comunicación, la banalización del llamado “universo femenino” por la prensa del corazón y la violencia de su propia pareja. También se muestran en esta obra algunos ejemplos de micromachismos que frenan, de forma poderosa y eficiente, la igualdad real, diaria, cotidiana, en el hogar, la empresa, la calle, la escuela, el autobús y el bar.

La recuperación, la dignidad personal y la reconstrucción de una vida propia se convierten en piezas angulares que el público fácilmente intuye como necesarias.

Si bien es cierto que esta obra no da soluciones al conflicto, sino que lo pone en evidencia ante el público, son las mujeres y los hombres reales quienes deben decir, y decidir, el camino a seguir en sus vidas y para nuestra sociedad. Consideramos que nuestra función como artistas sociales es aportar algunos instrumentos para esta decisión. Así al salir del teatro y ante la subrepticia desigualdad que ella, ellos, sus vecinos de butaca, sus hijas e hijos y cuantos le rodean viven cotidianamente, y las formas en que se autoengañan, nos autoengañamos, nuestro público siente (lo sabemos por experiencia, ya) la necesidad de hablar de lo que ocurre y de cómo ocurre. Y ese es un primer paso para que podamos ayudar a dar en el camino de la verdadera igualdad.

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